Tres obras completamente distintas marcaron mi infancia y fueron parte integral de lo que hoy hago y soy. La primera es una revista Billiken. La segunda, El Principito. La tercera, Top Gun.
Si bien Billiken y Anteojito fueron dos clásicos compañeros hasta el final de la primaria, una edición específica tiene un lugar privilegiado en la memoria, aún con un montón de detalles borrosos. Una historieta del ataque al Sheffield es el primer recuerdo que tengo de algo que leí por mi cuenta. En 1982 tenía cuatro años y según mis viejos leía desde bastante antes, pero tengo la imagen casi fotográfica de esa historieta en la cabeza.
El Principito llegó después, y es un libro que leí infinidad de veces y que recomiendo hacer a medida que uno va creciendo porque le va encontrando diferentes significados a cada oración. Es una tradición personal regalar este libro y recomendar esta lectura continua y este redescubrimiento constante. Aun cuando, a veces, entristece darse cuenta de cómo se pierde esa inocencia y cuánto se extraña.
Una de las cosas que entendí de grande es lo poderoso de la dedicatoria que hace Antoine de Saint Exupéry, a su mejor amigo:
«A Léon Werth
Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor. Tengo una seria disculpa: esta persona mayor es el mejor amigo que tengo en el mundo. Tengo otra disculpa: esta persona mayor puede comprender todo; hasta los libros para niños. Tengo una tercera disculpa: esta persona mayor vive en Francia, donde tiene hambre y frío. Tiene verdadera necesidad de consuelo.
Si todas estas excusas no fueron suficientes, quiero dedicar este libro al niño que esta persona mayor fue en otro tiempo. Todas las personas mayores han sido niños antes. (Pero pocas lo recuerdan.) Corrijo, entonces, mi dedicatoria:
A LÉON WERTH,
cuando era niño.»
Y llegamos a la tercera obra, Top Gun. Y deberé partir de dos salvedades importantes: una, soy viejo. Otra, en casa no sobraba nada y no había videocasetera. Una vez cada tanto se alquilaba el equipo por un fin de semana en el video club amigo (imagino las hordas de millennials leyendo esto con curiosidad antropológica) y mi papá me dejaba alquilar uno o dos VHS que vería cuando la tele no estuviera en uso.
Algunos de mis amigos ya tenían o fueron incorporando la tan ansiada videocasetera (los potentados tenían grabadora, los menos sólo el reproductor) y así fuimos viendo los clásicos: todavía recuerdo haber visto Terminator en la casa de Pablo Escobar.
Sí, me acabo de dar cuenta que de chico tenía un amigo que se llamaba Pablo Escobar. En fin. La cuestión es que, en uno de esos fines de semana, en el video club estaba Top Gun. La pedí, la llevamos y después de una espera interminable me quedó la tele para mí. Y esa noche de viernes fue la primera vez en mi vida que vi Top Gun.
No exagero si digo que la vi unas doce veces ese fin de semana. Y que pedí tanto y durante tanto tiempo por volver a verla que al final se hizo el esfuerzo y llegó una VCR a casa. Y, obviamente, una copia de Top Gun.
Antes de eso había conseguido un poster que es otra de las imágenes que tengo grabadas como fotografía en mi cabeza: un Grumman F-14 Tomcat visto desde abajo, con 4 AIM-54 Phoenix y dos AIM-7 Sparrow y un cielo abrumadoramente azul de fondo. Miré ese poster incontables veces. Soñé con ese avión todavía más.
Me aprendí todo lo que se podía aprender sobre él, y extendí esa necesidad de saber al resto de las cosas que vuelan. Aquella curiosidad que empezó a tomar forma con Malvinas y la FAA se solidificó con cada repetición de la película. Con cada mirada a mi poster.
Vi Top Gun tantas veces que ya perdí la cuenta. La tuve en todas las plataformas habidas y por haber. Me sé los diálogos de memoria. La dejo de fondo cuando escribo para la página. Es una parte integral de mi vida diaria.
Cuando arrancaron los rumores sobre una secuela de Top Gun, tuve miedo. Segundas partes, dicen, nunca son buenas y tal vez una nueva iteración arruinaría aquello que uno idealiza y guarda en el alma de un modo que sólo uno entiende.
Porque de grande se puede analizar a Top Gun desde lo fílmico, lo argumental, la actuación, el guion, y mil etcéteras: detalles que al pequeño Diazpez, o al Diazpez adulto, le importan extremadamente poco porque la disección cuasi científica de aquello que se lleva en el alma es un privilegio reservado a un grupo muy reducido de pelmazos.
Con esa certeza entré a la sala: sabiendo que Top Gun: Maverick debe apuntar a dos públicos. A una generación que venera la primera película y otra que creció fuera de su influencia y que hoy hasta se da el lujo de evaluarla desde otra óptica. En muchas segundas partes y reboots de sagas, uno de los dos públicos sale decepcionado. La película que apuesta a la nostalgia del primer grupo no llena las expectativas del segundo, o viceversa.
Debo decir que, afortunadamente, estamos ante un raro caso en el que parece acertar con las dos audiencias. Desprendida de la nostalgia de la original, Top Gun: Maverick es un espectáculo fascinante. Inmersa en los guiños a la primera película, está a la altura de lo que aquellos que soñábamos -y temíamos- una segunda parte esperábamos.
No tendrá el mejor guion de la historia, ni el más atrapante, ni giros argumentales a lo Nolan, o será esa película que Kubrick no llegó a filmar. No lo era la primera, no lo es la segunda. No tiene esa intención. No es lo que fui a buscar. No lo esperaba, no me sorprende y en ese punto, no defrauda. Y la clave es ésa.
Cuando esperás tanto tiempo por algo, la vara está tan alta que es difícil que eso que recibís se aproxime a aquello que soñaste, por mejor que sea. Top Gun: Maverick me dio lo que fui a buscar. Y eso es mucho. Muchísimo.
Las secuencias de vuelo son increíbles, y el cuidado por el detalle habla de un respeto al espectador que sólo un monstruo como Cruise puede exigir y entregar. Digan lo que quieran del petiso, pero él sabía dónde estaba la vara. Y cumple.
Pensada para IMAX, recomiendo ampliamente verla en ese formato. La calidad del producto es insuperable y se entiende perfectamente que hayan atrasado el estreno para que la gente la vaya a ver al cine. No es una película para Netflix, aunque en el momento que aparezca la vea 30 veces por semana. Es uno de los mejores bastiones de resistencia de la experiencia cinematográfica de estos tiempos.
Teniendo en cuenta lo que esperaba y lo que recibí, Top Gun: Maverick es la secuela perfecta. Es el cierre de un círculo que se abrió cuando era chico, cuando miraba ese poster durante horas. Cuando sabía todo lo que se podía saber sobre el Tomcat. Cuando ese bichito de los aviones me picó para siempre.
En los títulos hay menciones y agradecimientos como en todas las otras películas que viste o vas a ver. Pero en ésta no me hizo falta leerlo en la pantalla, pero sentí que mientras corrían las letras había una dedicatoria especial. Una que sólo pude ver yo. Para mí, un segundo antes de levantarme y salir de la sala, en la pantalla decía
«A Diazpez,
cuando era niño.»
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