Siempre digo que el día de trabajo de hoy no es igual al de ayer ni será igual al de mañana. Ir a trabajar al aeropuerto es una aventura en donde uno tiene que estar preparado para todo tipo de situaciones, a veces lindas y otras no tan lindas, como la que voy a compartir hoy. Una historia real, algo que me pasó hace ya unos años atrás.
Son las 8:33 de la tarde del día viernes y estoy libre, hoy y mañana no me toca trabajar. Hace frío, estamos en mayo y las temperaturas en esta época del año en Córdoba capital comienzan a ser bajas, estoy en casa mirando en la televisión un partido de fútbol. Estoy tomando un té en mi taza que tiene un dibujo de un avión, mientras mi esposa termina de darle de comer a mi hija, Sofi, que recientemente cumplió 5 meses. En la oficina no hay nadie porque hoy no tenemos vuelos por la tarde, pero mi teléfono está activo las 24hs por cualquier eventualidad. Y digo que mi teléfono esta 24hs activo porque yo soy el que vive más próximo al aeropuerto, a solo 10 minutos en auto y porque mi trabajo es más que mi trabajo: es mi forma de vida.
Minutos antes de las 9 de la noche comienza a sonar mi celular. Tengo activada la opción para que el teléfono diga quien llama, y antes de poder ver la pantalla escucho “Supervisor Aeropuerto”. Ya todos en casa saben que hoy no me quedaré a cenar. Es el supervisor de turno quien me llama, para contarme que dentro de 20 minutos estará aterrizando un avión que viaja de Brasil a Chile y aterrizará en Córdoba, el motivo de la escala es por “un pasajero enfermo” y una vez que el pasajero sea atendido por los médicos del aeropuerto el avión continuará hacia su destino final.
Inmediatamente termino la comunicación y me voy a buscar el uniforme, que está siempre listo, incluso hoy en mi día libre. Agarro las llaves del auto, un beso a las mujeres de la casa y le susurro a Sofi: “papá vuelve en un ratito”.
En el trayecto al trabajo voy haciendo mentalmente mi trabajo, ruta de vuelo, nivel de vuelo, alternativa, entre otras cosas más… perdón: para los que no saben, soy despachante de aviones y mi trabajo tiene que ver con todo eso, entre otras cosas.
En casi 9 años de aeropuerto atendí muchas alternativas de pasajeros que se descompensan a 36 mil pies de altura y necesitan atención en tierra; es algo habitual, pero debo decir que este no es un vuelo más…
Pasadas las 9 y 20 de la noche ya estoy llegando al aeropuerto, con mi receptor vhf encendido en frecuencia de torre (118,3) voy escuchando lo que sucede con el vuelo, en simultaneo, mientras yo voy entrando al aeropuerto el avión va entrando a la posición de estacionamiento, el controlador le asigna la posición 1.
Estaciono el auto, me coloco el abrigo antes de bajar. Debe hacer unos 12 grados de temperatura, me pongo también el chaleco refractario, no hay tiempo para ir a la oficina. Paso el control de seguridad y voy caminando directo al avión, pensando en toda la información que tengo que recolectar para el despacho del próximo tramo.
Mientras subo por la escalera de metal que conecta la plataforma con la manga (finger) veo mucha gente, más de lo habitual para este tipo de circunstancias. Médicos, policía del aeropuerto, puedo ver a mis compañeros con caras tristes y hasta una de mis compañeras con los ojos llenos de lágrimas. No entiendo nada, todos en silencio, nadie habla con nadie, lo único que se escucha es mi voz saludando y diciendo “hola buenas noches” a todos los que se encuentran a mi alrededor.
Cierro la puerta de la manga, para evitar que el ambiente se ponga frío, y camino directo hacia la puerta del avión. Siempre con la vista hacia adelante buscando contacto visual con la tripulación, pero no logro encontrar a nadie. Apenas pongo mi pie izquierdo arriba del avión veo que las cortinas dividen la parte delantera con la cabina donde van sentados los pasajeros, escucho sollozos, bajo la mirada y encuentro a un niño dormido en el suelo, y sus padres llorando junto a él.
Es ahora cuando detengo mi marcha, todo parece ir en cámara lenta, ya entendí todo, incluso por qué el silencio y las caras tristes, lo primero que se me viene a la cabeza es Sofi, que un rato antes la despedí con un beso en la frente.
Por mi cuerpo corre una sensación que no puedo explicar, lo único que hago es retroceder de espaldas sin mirar atrás, no hace falta decir que ni siquiera llegué a entrar al cockpit. Ya eso no es lo importante, camino 10 metros y giro, quedando de espaldas a la situación y en ese momento me encuentro con la persona que mi celular había acusado como “supervisor aeropuerto”: lo noto shockeado y me actualiza un poco la situación.
Esto es completamente diferente a otras alternativas que me habían tocado atender. Lo miro y le digo, “cuando estemos listos para irnos, avísame”, comienzo a caminar por la manga, ese pasillo estrecho y vidriado, llego a una de las puertas de embarque y comienzo a llorar. Es imposible contener el llanto, esto no está escrito en ninguno de los manuales de IATA, tampoco de Boeing ni mucho menos de Airbus. Ningún manual indica cómo proceder en una situación así, ningún manual dice como separar los sentimientos del trabajo.
Las horas pasan y lo que puedo ver es que el avión sigue estacionado en el mismo lugar desde las 9 y 20 de la noche; ya son las 6 de la madrugada, comienzo a ver desde donde estoy que en breve empieza a amanecer. Los pasajeros están en la sala de embarque, todos cenaron y ahora están por desayunar, en un rato llega otro avión a buscarlos y a llevarlos a destino. De lo único que se habla en el aeropuerto es de esto, y de nada más.
Un rato más tarde me entero que el nene que venía en el avión tenía 6 años, un vuelo de un poco más de 3 horas, después del despegue se quedó dormido y en el momento que la tripulación encendió la luz para pasar el servicio no despertó. En el vuelo había 2 médicos abordo, los cuales ofrecieron su ayuda, estuvieron durante 30 minutos haciéndole reanimación cardiopulmonar (rcp), hasta que el avión aterrizó en Córdoba, pero todos los esfuerzos fueron en vano, el niño había fallecido.
Ya son las 06:30 de la madrugada, acaba de llegar mi compañero para tomar el turno, final de mi jornada. Ustedes se están por levantar, yo recién me estoy por ir a acostar, me vuelvo a casa con una sensación muy fea, un poco triste y con muchas ganas de abrazar a Sofi.
Hoy venía preparado para despachar un vuelo, pero estuvo muy lejos de eso. Quizás ahora entiendan por qué comencé diciendo en este relato que el día de trabajo de hoy no es igual al de ayer, ni será igual al de mañana.
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